viernes, 11 de enero de 2019

BIENVENIDOS A LA CASA


                    Desde que tengo uso de razón -y vaya que mi memoria de árbol se remonta a muchos años atrás-, mi contacto con el mundo espiritual estuvo lleno de señales. De una u otra forma los maestros ascendidos se manifestaron, mostrándome los dones que a veces me asustaban y otras me maravillaban. No fue casualidad que mi infancia estuviera llena de simbolismos mágicos y chamánicos, o que tuviera ese roce temprano con el espiritismo y la herbolaria. Hoy estoy convencido de que todos esos sucesos fueron señales, manifestaciones, voces susurrándome y desenvolviéndose ante mis ojos, indicándome que debía preparar mi mente para abandonarse al SER, desarrollando así una sensibilidad nata. Tan “nata” como mi abuela, que fue la responsable de estos primeros contactos puesto que como casi toda mujer mexicana nacida en la primera mitad del siglo XX tenía creencias paganas. Desde pequeño tuve contacto con entes de otras dimensiones, y viví tocado y sanado por curanderos, homeópatas y brujos. Probé casi todos los remedios mágicos de la abuela, que siempre aseguró que solo Dios tenía el poder y la fuerza para sanar o destruir, sin importar los medios. Pero para ese entonces, mi concepción de Dios era distinta a la que es ahora, lo mismo que mi sensibilidad.

Fue en 1997 cuando sin procedimiento alguno basado en la ciencia o la razón, tuve mi primer contacto con el arte adivinatorio, en un país musulmán, en el que la tradición de beber café entre las mujeres, y leer el fondo de la taza más tarde, durante la tertulia, atrapó mi curiosidad nata.

¿Qué era todo ese bulto de café espeso al fondo de las pequeñas tazas? ¿Por qué cada mujer lo miraba con intriga y luego sonreía, compartiendo lo que había captado su instinto? ¿Es así que funciona la psique? -me pregunté en repetidas ocasiones. Y fue por medio de la madre de una amiga que supe lo que significaba mirar al fondo de la taza, admirando las figuras que se formaban al rededor, las cuales contenían magia que describía los sucesos del pasado tanto como los del presente y el futuro.

               -Si yo puedo verlo, tú también puedes- me dijo. Pero mi miedo era tan grande como mi curiosidad, y a los 16 años no quería perder el tiempo tratando de aprender algo en un país que me maravillaba y el cual deseaba recorrer antes de que se me agotara el tiempo, así que tuve que esperar hasta mi retorno a México para preguntarme si en verdad podría. Lo intenté y fracasé, como casi todos los que nos iniciamos, al principio, pero no desistí. Ahora mi miedo se había transformado en voluntad; una voluntad tan grande como la paciencia que en ese momento comencé a desarrollar, y al paso de unos meses comencé a probar con amigos y empleadas de mi madre si lo que veía en aquellos signos era verdadero. Como casi todos los que nacemos con el don, y comenzamos a desarrollarlo, recibí a cambio risas y burlas por parte de los incrédulos, pero aciertos silenciosos que se manifestaban en los rostros de quienes, intrigados por la certeza de mis adivinanzas, quedaban perplejos y deseaban saber más, aunque nunca dijeran si era cierto o falso, hasta que alguien que vio en mi el potencial me sugirió dedicarme a la lectura y cobrar por ello. Y le hice caso. Dentro de poco me hice de una pequeña cartera de clientas universitarias y una que otra madre de familia, las cuales acudían a mi en grupo ya sea para reírse o para asombrarse por los pronósticos, siempre en complicidad, haciéndome recordar las tertulias de las mujeres turcas, en las que tuve mi primer contacto con el mundo psíquico. Sin embargo hubo un tiempo en el que esas tardes de tertulias con jóvenes curiosas o amas de casa confundidas ya no me satisfacían. Las lecturas de café parecían algo tan superficial, tan intrascendente, que comencé a sentir un vacío interior que con nada se compensaba, pero los caminos mágicos de la vida espiritual se hacen presentes de maneras divinamente misteriosas, y pronto tuve aquel sutil encuentro con el que sería mi compañero inseparable, mi arma más poderosa, por el resto de mis días en el mundo físico.

¿No es curioso que haya sido en domingo, justamente un día sagrado? ¿No era una gran coincidencia mi repentina atracción por estos métodos y mi reciente obstinación por la poesía? ¿Y no será pretencioso pensar que todo se trató de una conspiración, una alianza de fuerzas sobrenaturales? Porque después de tantos años de lo ocurrido, no puedo imaginarlo de otra manera: Cuando eres elegido, los caminos se te abren, como las aguas del mar a Moisés, y solo tú decides si tienes la fe para adentrarte en ese camino incierto y quedar atrapado en él, o permanecer a la orilla, cargando a cuestas el temor, la duda, y hasta el remordimiento.

Fue en una feria de libros, un domingo, en el zócalo de mi ciudad, que surgió nuestro flechazo. Recorrí algunos estantes, quizás no más de tres, cuando su brillante cubierta roja, como la sangre, me atrapó. Leí cinco letras en color amarillo, formando una palabra: TAROT, y el latir de mi corazón casi se paralizó. Misterio, Ocultismo, magia, brujería, y hasta pacto con el diablo, fue lo que me vino la mente al verle. Quedé allí, frente a él, paralizado, sin poder moverme, sin saber qué decir. Su magia aún envuelta me hechizó.

               -¿Quieres verlo? -Me preguntó la amable chica que atendía el estante. Si te interesa puedo abrirlo para que lo cheques, sin compromiso.

                    -No, gracias -titubeé.

La vendedora se dio la vuelta para atender a otras personas y yo, aunque no podía dejar de observarlo, no tenía más remedio que seguir mi camino. Recorrí todos los estantes que restaban en busca de verlo de nuevo, de encontrarme con algo parecido, pero nada podía satisfacerme. En mi mente solo estaba él, adentrándose en mi, como el primer gran amor. Volví a casa sintiendo un vacío, sintiendo una gran necesidad. No pude dormir ¿Será que alguien ya lo ha comprado? -pensaba. ¿Será el único que hay en existencia? La inquietud no me dejaba tranquilo. Fue tan larga aquella noche eterna de desasosiego. Comencé un nuevo día con la rutina habitual, pensando en tener un tiempo libre para volver a aquella feria en busca de aquél desconocido del que me había enamorado a primera vista. Y así lo hice, volviendo a repetir el mismo ritual del día anterior.

               -¿Quieres que te lo muestre? -Me preguntó aquella misma voz femenina del día anterior, esta vez incitándome con una mirada provocativa, acompañada de una sonrisa gentil.

               -No lo se -respondí. Solo estoy mirando por curiosidad.

               -Pero nada pierdes con verlo. Míralo, igual y te animas.

De haber visto yo mismo mi rostro en el momento en el que ella lo tomó en sus manos y lo abrió, para extraerlo de su cubierta, juraría que habrá sido el de alguien a quien le presentan repentinamente a la persona en la que sueña y piensa. Estoy convencido de que palidecí en esos segundos, mientras veía como la atenta y cordial mujer lo extraía y me lo ofrecía, para tenerlo en mis manos, en las que sentí una enigmática fuerza al sostenerlo.

               -Míralo bien -Me advirtió. Es el único que tengo y ya varias personas me han preguntado por él.

Le sonreí, desconfiado, pues seguramente quería incitarme a comprarlo, como hacen todos los vendedores en esas ferias, sin embargo al ver cada carta sentí una necesidad inexplicable de tenerlo conmigo. Los arcanos me hablaban, me pedían ser mi compañía, me descifraban sucesos que todavía no comprendía, y curiosamente fijé mi mirada en la carta de los enamorados, él y yo, ahí, al desnudo, listos para vivir en una comunión indestructible. Sin embargo me invadió el miedo a lo que pensaría mi madre. Durante lo que había sido mi vida hasta ese entonces, fuera de casa siempre escuché que el Tarot estaba relacionado con el diablo, que las brujas negras lo leían y todas eran perversas. Había crecido con tantos mitos al rededor de él que simplemente lo devolví y me fui. ¿A caso me estaría condenando por sentir atracción por él? Y si aquella fuerza en verdad fuera siniestra ¿Por qué no dejaba de desearlo? ¿Por qué me atormentaba tanto mi ignaro pensamiento cristiano?¡La oscuridad me estaba rondando! ¡Virgen Inmaculada! Lo devolví y decidí desistir de la idea de comparalo. Quizás lo único que me atraía de él era el lado negativo que representaba para aquellos a los que había escuchado hablar de lo que significaba. Traté de concentrarme en el trabajo, en otras tareas, pero lo cierto es que no podía dejar de pensarle. Entre esas cartas y yo se había creado un magnetismo inexplicable, como un presagio de unión eterna a la que no me podía resistir, por lo que al paso de unos días, nuevamente en domingo, pero por la noche, me presenté en aquél estante, temeroso a que alguien más ya se hubiera hechizado con su magia, y se lo hubiera llevado, apartándome de él para siempre. Aquella chica simpática y de cabello negro muy corto se dio cuenta de mi presencia, de mi búsqueda, de mi desilusión, pues no lograba encontrarlo. Con una sonrisa sospechosa, como si ya me estuviera esperando, se acercó a mi, extrayéndole de algún lugar debajo de lo que se encontraba a la venta.

               -Te ha estado esperando -Se atrevió con una connivencia clarividente-, y te recomiendo que te lo lleves, porque si has vuelto tantas veces es porque te está llamando. Ten -Me lo entregó-. Tócalo, siéntelo. También tengo el libro, por si te interesa.

               -No lo se -dudé. No se si me alcance el dinero...

                 -Nada más por tratarse de ti -de nueva cuenta me advirtió-, y porque se que te ha interesado, te dejo las cartas y el libro por el mismo precio. Hoy es nuestro último día. En la madrugada nos vamos.

El mensaje ya había sido lanzado: Esa era mi última y quizás mi única oportunidad. En mi mente retumbaban siete de las palabras que la mujer me había descifrado: “Te ha estado esperando” “Te está llamando” Una sensación extraña se apoderó de mi entonces. Metí las manos en los bolsillos de mi pantalón, deseando tener el dinero suficiente para pagar por él, pero no era suficiente, por lo que, decidido, como todo adolescente desesperado por poseer aquello que le ha cautivado, valiéndome de mi gusto y el de mi madre, por la lectura, acudí a ella para pedirle que me diera el dinero que me hacía falta para comprar un libro. No dudó en dármelo, y entonces volví a la feria, donde la amable vendedora nuevamente me sonrió y sin que yo le dijera nada lo empaquetó. Hicimos el intercambio acordado.

               -Mucha suerte -me dijo, despidiéndose. Yo se que le vas a dar buen uso, por eso lo guardé para ti.

¿Alguna vez has creído en los espíritus? ¿En los seres de luz tomando forma humana o manifestándose por medio de un alma, para hacer cumplir un decreto divino? Porque yo estoy convencido de que aquella feriante lo era, y que se cruzó en mi destino por mandato místico, enviada para encontrarme y reconocerme cuando me descubriera seducido por el que sería mi más grande instrumento espiritual, por lo que me reste de vida.

Las horas para estar a solas con mi adquisición se hicieron tan largas. Solo deseaba tener un momento que no terminara y, cuando este llegó, no pude dejar de admirarle, de apreciarle y sentirle. Era ahora mi más grande tesoro, mi secreto mas íntimo. Me aferré a él con un fervor pundonoroso, dormí con él, leí el libro una y otra vez, dejando emerger su sabiduría lentamente, haciendo emanar en mi el sublime don de la paciencia, hasta que repentinamente se me reveló y pudimos hacer conexión, volviéndonos uno mismo, al hacerlo parte de mi, de mi vida, de mi ser. Del azar y de la suerte. Y hoy comprendo que llegó a mi simplemente porque nadie puede huir a su destino, a aquello que mágicamente, por decreto divino, uno estaba predestinado a vivir, porque absolutamente nadie puede huir a lo que, desde mucho antes de concebir la vida, al nacer, ya estaba escrito en las estrellas.

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