Desde
que tengo uso de razón -y vaya que mi memoria de árbol se remonta a
muchos años atrás-, mi contacto con el mundo espiritual estuvo
lleno de señales. De una u otra forma los maestros ascendidos se
manifestaron, mostrándome los dones que a veces me asustaban y otras
me maravillaban. No fue casualidad que mi infancia estuviera llena de
simbolismos mágicos y chamánicos, o que tuviera ese roce temprano
con el espiritismo y la herbolaria. Hoy estoy convencido de que todos
esos sucesos fueron señales, manifestaciones, voces susurrándome y desenvolviéndose ante mis
ojos, indicándome que debía preparar mi mente para abandonarse al SER,
desarrollando así una sensibilidad nata. Tan “nata” como mi
abuela, que fue la responsable de estos primeros contactos puesto que
como casi toda mujer mexicana nacida en la primera mitad del siglo XX
tenía creencias paganas. Desde pequeño tuve contacto con entes de
otras dimensiones, y viví tocado y sanado por curanderos,
homeópatas y brujos. Probé casi todos los remedios mágicos de la
abuela, que siempre aseguró que solo Dios tenía el poder y la
fuerza para sanar o destruir, sin importar los medios. Pero para ese
entonces, mi concepción de Dios era distinta a la que es ahora, lo
mismo que mi sensibilidad.
Fue
en 1997 cuando sin procedimiento alguno basado en la ciencia o la
razón, tuve mi primer contacto con el arte adivinatorio, en un país
musulmán, en el que la tradición de beber café entre las mujeres,
y leer el fondo de la taza más tarde, durante la tertulia, atrapó
mi curiosidad nata.
¿Qué
era todo ese bulto de café espeso al fondo de las pequeñas tazas?
¿Por qué cada mujer lo miraba con intriga y luego sonreía,
compartiendo lo que había captado su instinto? ¿Es así que
funciona la psique? -me pregunté en repetidas ocasiones. Y fue por
medio de la madre de una amiga que supe lo que significaba mirar al
fondo de la taza, admirando las figuras que se formaban al rededor,
las cuales contenían magia que describía los sucesos del pasado
tanto como los del presente y el futuro.
-Si
yo puedo verlo, tú también puedes- me dijo. Pero mi miedo era tan
grande como mi curiosidad, y a los 16 años no quería perder el
tiempo tratando de aprender algo en un país que me maravillaba y el
cual deseaba recorrer antes de que se me agotara el tiempo, así que
tuve que esperar hasta mi retorno a México para preguntarme si en
verdad podría. Lo intenté y fracasé, como casi todos los que nos
iniciamos, al principio, pero no desistí. Ahora mi miedo se había
transformado en voluntad; una voluntad tan grande como la paciencia
que en ese momento comencé a desarrollar, y al paso de unos meses
comencé a probar con amigos y empleadas de mi madre si lo que veía
en aquellos signos era verdadero. Como casi todos los que nacemos con
el don, y comenzamos a desarrollarlo, recibí a cambio risas y burlas
por parte de los incrédulos, pero aciertos silenciosos que se
manifestaban en los rostros de quienes, intrigados por la certeza de
mis adivinanzas, quedaban perplejos y deseaban saber más, aunque
nunca dijeran si era cierto o falso, hasta que alguien que vio en mi
el potencial me sugirió dedicarme a la lectura y cobrar por ello. Y
le hice caso. Dentro de poco me hice de una pequeña cartera de
clientas universitarias y una que otra madre de familia, las cuales
acudían a mi en grupo ya sea para reírse o para asombrarse por los
pronósticos, siempre en complicidad, haciéndome recordar las
tertulias de las mujeres turcas, en las que tuve mi primer contacto
con el mundo psíquico. Sin embargo hubo un tiempo en el que esas
tardes de tertulias con jóvenes curiosas o amas de casa confundidas
ya no me satisfacían. Las lecturas de café parecían algo tan
superficial, tan intrascendente, que comencé a sentir un vacío
interior que con nada se compensaba, pero los caminos mágicos de la
vida espiritual se hacen presentes de maneras divinamente
misteriosas, y pronto tuve aquel sutil encuentro con el que sería mi
compañero inseparable, mi arma más poderosa, por el resto de mis
días en el mundo físico.
¿No
es curioso que haya sido en domingo, justamente un día sagrado? ¿No era una gran coincidencia mi repentina atracción por estos métodos y mi reciente obstinación por la poesía? ¿Y
no será pretencioso pensar que todo se trató de una conspiración,
una alianza de fuerzas sobrenaturales? Porque después de
tantos años de lo ocurrido, no puedo imaginarlo de otra manera:
Cuando eres elegido, los caminos se te abren, como las aguas del mar
a Moisés, y solo tú decides si tienes la fe para adentrarte en ese
camino incierto y quedar atrapado en él, o permanecer a la orilla,
cargando a cuestas el temor, la duda, y hasta el remordimiento.
Fue
en una feria de libros, un domingo, en el zócalo de mi ciudad, que
surgió nuestro flechazo. Recorrí algunos estantes, quizás no más
de tres, cuando su brillante cubierta roja, como la sangre, me
atrapó. Leí cinco letras en color amarillo, formando una palabra:
TAROT, y el latir de mi corazón casi se paralizó. Misterio,
Ocultismo, magia, brujería, y hasta pacto con el diablo, fue lo que
me vino la mente al verle. Quedé allí, frente a él, paralizado,
sin poder moverme, sin saber qué decir. Su magia aún envuelta me
hechizó.
-¿Quieres
verlo? -Me preguntó la amable chica que atendía el estante. Si te
interesa puedo abrirlo para que lo cheques, sin compromiso.
-No,
gracias -titubeé.
La
vendedora se dio la vuelta para atender a otras personas y yo, aunque
no podía dejar de observarlo, no tenía más remedio que seguir mi
camino. Recorrí todos los estantes que restaban en busca de verlo de
nuevo, de encontrarme con algo parecido, pero nada podía
satisfacerme. En mi mente solo estaba él, adentrándose en mi, como
el primer gran amor. Volví a casa sintiendo un vacío, sintiendo una
gran necesidad. No pude dormir ¿Será que alguien ya lo ha comprado?
-pensaba. ¿Será el único que hay en existencia? La inquietud no me
dejaba tranquilo. Fue tan larga aquella noche eterna de desasosiego.
Comencé un nuevo día con la rutina habitual, pensando en tener un
tiempo libre para volver a aquella feria en busca de aquél
desconocido del que me había enamorado a primera vista. Y así lo
hice, volviendo a repetir el mismo ritual del día anterior.
-¿Quieres
que te lo muestre? -Me preguntó aquella misma voz femenina del día
anterior, esta vez incitándome con una mirada provocativa,
acompañada de una sonrisa gentil.
-No
lo se -respondí. Solo estoy mirando por curiosidad.
-Pero
nada pierdes con verlo. Míralo, igual y te animas.
De
haber visto yo mismo mi rostro en el momento en el que ella lo tomó
en sus manos y lo abrió, para extraerlo de su cubierta, juraría que
habrá sido el de alguien a quien le presentan repentinamente a la
persona en la que sueña y piensa. Estoy convencido de que palidecí
en esos segundos, mientras veía como la atenta y cordial mujer lo
extraía y me lo ofrecía, para tenerlo en mis manos, en las que
sentí una enigmática fuerza al sostenerlo.
-Míralo
bien -Me advirtió. Es el único que tengo y ya varias personas me
han preguntado por él.
-Te
ha estado esperando -Se atrevió con una connivencia clarividente-, y
te recomiendo que te lo lleves, porque si has vuelto tantas veces es
porque te está llamando. Ten -Me lo entregó-. Tócalo, siéntelo.
También tengo el libro, por si te interesa.
-No lo se -dudé. No se si me alcance el dinero...
-Nada
más por tratarse de ti -de nueva cuenta me advirtió-, y porque se
que te ha interesado, te dejo las cartas y el libro por el mismo
precio. Hoy es nuestro último día. En la madrugada nos vamos.
El
mensaje ya había sido lanzado: Esa era mi última y quizás mi única
oportunidad. En mi mente retumbaban siete de las palabras que la
mujer me había descifrado: “Te ha estado esperando” “Te está
llamando” Una sensación extraña se apoderó de mi entonces. Metí
las manos en los bolsillos de mi pantalón, deseando tener el dinero
suficiente para pagar por él, pero no era suficiente, por lo que,
decidido, como todo adolescente desesperado por poseer aquello que le
ha cautivado, valiéndome de mi gusto y el de mi madre, por la
lectura, acudí a ella para pedirle que me diera el dinero que me
hacía falta para comprar un libro. No dudó en dármelo, y entonces
volví a la feria, donde la amable vendedora nuevamente me sonrió y
sin que yo le dijera nada lo empaquetó. Hicimos el intercambio
acordado.
-Mucha
suerte -me dijo, despidiéndose. Yo se que le vas a dar buen uso, por
eso lo guardé para ti.
¿Alguna
vez has creído en los espíritus? ¿En los seres de luz tomando
forma humana o manifestándose por medio de un alma, para hacer
cumplir un decreto divino? Porque yo estoy convencido de que aquella
feriante lo era, y que se cruzó en mi destino por mandato místico,
enviada para encontrarme y reconocerme cuando me descubriera seducido
por el que sería mi más grande instrumento espiritual, por lo que
me reste de vida.
Las
horas para estar a solas con mi adquisición se hicieron tan largas.
Solo deseaba tener un momento que no terminara y, cuando este llegó,
no pude dejar de admirarle, de apreciarle y sentirle. Era ahora mi
más grande tesoro, mi secreto mas íntimo. Me aferré a él con un
fervor pundonoroso, dormí con él, leí el libro una y otra vez,
dejando emerger su sabiduría lentamente, haciendo emanar en mi el
sublime don de la paciencia, hasta que repentinamente se me reveló y
pudimos hacer conexión, volviéndonos uno mismo, al hacerlo parte de
mi, de mi vida, de mi ser. Del azar y de la suerte. Y hoy comprendo
que llegó a mi simplemente porque nadie puede huir a su destino, a
aquello que mágicamente, por decreto divino, uno estaba
predestinado a vivir, porque absolutamente nadie puede huir a lo que,
desde mucho antes de concebir la vida, al nacer, ya estaba escrito en
las estrellas.
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